martes, 22 de junio de 2010

El movimiento estudiantil en el momento que nos ocupa...

La derrota del movimiento estudiantil surgido al calor de la lucha contra la implantación del E.E.E.S, bajo el lema de "No a Bolonia", ha marcado un año de bajo tono en cuanto a las movilizaciones en Universidades y, por supuesto, institutos. Dicha derrota fue consecuencia de la incapacidad del movimiento para superar tanto sus propios límites, los cuáles le son prácticamente endémicos (ciclos flujo-reflujo, la temporalidad de la situación de estudiante como sujeto activo, etcétera), como los que le han negado en los últimos años un papel mucho más destacado y claro en la ardua pelea contra la implantación del citado Plan Bolonia. Franquear dichos límites pasaba por tres tareas: En primer lugar, articular un discurso amplio de mínimos y máximos que le permitiesen conectar con el estudiantado más allá de la vanguardia de éste y de los elementos más concienzados que se veían en asambleas y organizaciones; en segunda lugar, hilvanar una respuesta que superase los márgenes de la propia Universidad, es decir, generar una lucha que incluyese también a las enseñanzas medias; en tercer lugar, construir una estructura de encuentro, debate y toma de decisiones tanto a nivel local como regional y estatal, única manera de golpear de una única forma y en un mismo sentido.

Las minoritarias asambleas que se formaron, cuya génesis radicaba en esa vanguardia concienzada y, por tanto, plenamente convencida, ni pudieron ni supieron romper dichas trabas, perdiéndose en amplios debates internos en el que se enfrentaban doctrinas y grupos organizados, así como huérfanas de una coordinación estatal y de un programa de mínimos y máximos claro, reflejado en una tabla reivinidicativa y un agenda de lucha que emanara de la propia coordinación. Por supuesto, a los problemas de organización y dirección del movimiento estudiantil, habría que añadir la campaña de deslegitimación costeada desde los medios y los despachos universitarios, así como el grandísimo vacío de conciencia y sentimiento de derrota en el seno de la Universidad española.

Todo ello nos ha conducido este año a un panorama desolador, en el que la situación de reflujo adquiere un perfil aún más agudo, que ha obligado a reflexionar sobre las tareas durante este año, las cuales pasaban, en primer lugar, por la construcción de organizaciones de corte sindical y permanentes, estructuras de acumulación de fuerzas que permitan amortiguar lo límites endémicos del propio movimiento estudiantil y que, por lo tanto, se alcen como espacios de confluencia, de trasvase de experiencias y de reflexión colectiva para responder en cada momento a las exigencias del guión que escribe concienzudamente la realidad. Se hayan o no materializado estos "sindicatos" estudiantiles, lo cierto es que el escaso tono de movilización se ha basado en grupos organizados de personas tremendamente concienzadas y, por lo tanto, maduras para pasar de ser asambleas (termino en muchos casos convertido en Fetiche de ciertos elementos de la Izquierda) ha realizar una acción política en defensa de los derechos e intereses del estudiantado, así como en la búsqueda de las condiciones de este colectivo: es decir, para convertirse en los tan denostados sindicatos.

Sería complicado accionar aquí un diagnóstico general del Estado Español, ya que el panorama en cuanto al nivel de organización del estudiantado es diferentes, así como también la tradición de dichas organizaciones y el nivel de implantación en las Universidades e Instituso. El debate sobre qué construir o qué no construir en base a lo que ya existe se nos escapa en este momento por no ser objetivo de estas líneas, aunque queda en el tintero para próximas entregas.

Como decimos, las movilizaciones este año han sido mínimas, con luchas muy particulares y locales y un sentimiento generalizado de derrota e impotencia. Sin embargo, durante los próximos cursos se implementará el E.E.E.S de la teoría a la práctica, siendo patentes las contradicciones que generará y que, en parte, han dado pie a reivindicaciones locales para este curso (Artículo 27 en Sevilla, Máster de Educacion, etcétera) y, por lo tanto, abriendo el camino a que los elementos más organizados de las Universidades puedean reagruparse en torno a consignas que se sitúen entre el análisis crítico heredado de la lucha contra la L.O.U o Bolonia, y las dispares situaciones locales que se planteen. Además, elementos como la Ley de Financiación o el famoso Documento de Gobernanza vuelven a situar al movimiento estudiantil ante un panorama estatal, sin que, por supuesto, deba obviarse lo local: más bien han de situarse ambos niveles en plano de igualdad, según la propia relación dialéctica que los arrastra.

Debido a no haberse situado la superación de los citados límites en la palestra, de nuevo tendrá que comenzarse a rearmar el movimiento, con el peligro de que para cuando tenga una cierta entidad organizativa deba rendirse ante la fuerza de los hechos, con la salvedad que desde mediados de esta década aun se mantiene una misma generación y que, por otro lado, se han creado ciertas organizaciones que actúan como palancas entre los distintos tiempos del propio activismo estudiantil.

Y, en otro nivel, se dibuja en escenario interesante que coincide con el momento de crisis crónica en el que nos encontramos, como una más de las "burbujas" que han estallado en la Onda larga de recesión que puede situarse alrededor de los años 70: con el aumento de la conflictividad social y la apertura de un espacio de lucha política para la izquierda transformadora, el movimiento estudiantil puede jugar el papel de vanguardia táctica, de sujeto que permita obtener mejoras en las condiciones del estudiantado durante períodos de pelea especialmente radicalizados, así como de elemento activo que ocupe de manera coyuntural el ámbito político y que se convierta en un eje mediante el cual se canalicen reivindicaciones de caracter político y social. En este escenario el movimiento tendrá una tarea fundamental a sumar a las anteriores: tejer redes que subrayen la necesidad de superar el marco de la Universidad y de las reivindicacion meramente académicas y acudir al encuentro de las agitaciones obreras y los movimientos sociales, como forma de evitar un aislamiento probable y asegurar la conquista de reformas de manera rápida y en un contexto de radicalización pronunciada, sin por ello intentar sustituir el papel de la clase trabajadora como sujeto de cambio: más bien es la unidad de sujeto a sujeto ante el estudiante-futuro trabajo precario (debido a las reformas neoliberales que suponen una revisión de los saberes tradicionales y una alienación del tiempo social del estudiante) y el trabajador ya precario.

En resumen, en los próximos años el movimiento estudiantil ha de rearmarse para no desarmarse nunca más. Por un lado construir estructuras de acumulación de fuerzas que amortiguen el carácter cíclico y discontinuo de las protestas estudiantiles, así como la naturaleza transitoria del estudiante y que, por supuesto, respeten la autoorganización del movimiento mediante espacios asamblearios; Por otro, autoorganizarse en torno a reivindicaciones concretas, las cuales dimanen de la propia Universidad pero la franqueen como espacio cerrado, bajo la tutela de una tabla que refleje dicha reivindicaciones y canalizado a través de una coordinación tácita que lo convierta en una sóla voz: homogéneo en la pelea, heterogéneo en el debate; uno en el golpeo, múltiple cuando golpea.




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