miércoles, 23 de junio de 2010

Los Partidos Revolucionarios, las Direcciones, y la importancia de saber gestionar las diferencias...

"La cuestión de la selección del personal directivo reviste una importancia excepcional para los partidos de la Europa Occidental. Así lo enseña, entre otras, la experiencia de la quiebra de Octubre de 1923 en Alemania. Pero ha de efectuarse tal selección con arreglo al principio de la acción revolucionaria..."(1)

Esto escribía Trotski hacia el año de 1924, bajo el epígrafe De los Soviets y del partido en la revolución proletaria, intentando diseccionar la imperiosa necesidad de que los partidos comunistas sean bolchevizados, lo cual quiere decir "educarlos y seleccionar en su seno un personal directivo, de modo que no flaqueen al venir el momento de su Revolución de Octubre" (2)

El autor situaba dicho fundamento en base a la actitud de direcciones no dispuestas en contra de la insurreción, convirtiéndose en freno efectivo de la toma del poder por parte de las masas en una intersección ya madura. No obstante, en este momento ni nos encontramos ante la inefable tarea de la insurreción ni se nos vierte la sustanciosa obligación de tomar el poder: más bien nos encontramos ante la dialéctica muy agudizada entre las condiciones objetivas de ésto y las condiciones subjetivas de un proletariado falto de conciencia y huérfano de proyectos, pródigo a derrotas y escarmientos.

No, en este momento la situación estriba en la conformación de organizaciones políticas de amplio calado, desde grupos revolucionarios con un proyecto, un programa y una cultura militante que se imbriquen en lo movimientos sociales y desde lo que se tejan e hilvanen espacios a la izquierda de la izquierda gestionaria de claro contenido heterogéneo y amplitud de fronteras. No obstante, la selección del personal de dirección no deja por ello de tener importancia. Al contrario, el papel político que juega dicha herramienta en la conformación de una organización revolucionaria es de primer orden. Y si asumimos esto como una realidad, entonces deberemos aceptar una cosa: en en el contexto en el que nos encontramos, que se sitúa en la dialéctica entre una larga tradición de lucha política y sindical, y la experiencia de una generación joven de militantes y activistas, nacidos al calor de las luchas antiglobalización y provistos de novedos proyectos, las direcciones han de constituirse como los máximos protectores de la conformación de estas organizaciones.

Una de las bases de cualquier partido revolucionario es la existencia de diferencias y, sobretodo, la estructuración de la acción política en base a la elaboración colectiva y el debate concienzudo. Sin estas las organizaciones pierden su razón de ser para convertirse en monolitos homogéneos y a menudo rígidos en su quehacer revolucionario (que deja de serlo de manera indirectamente proporcional a la burocratización de los órganos de dirección). Las divergencias enriquecen proyectos, testimonian vitalidad y aportan dinamismo: en fin, son el muelle de la elaboración hacia la transformación de la sociedad.

Sin embargo, la constitución de direcciones que ahoguen las diferencias es el acta de defunción de cualquier proyecto revolucionario, primo hermano de la burocratización del partido: aislamiento de la disidencia y de los disidentes, estrechamiento del cerco hacia estos, acusaciones de fraccionalistas o servidores a causas superiores...actitudes y argumentos se construyen para destruir la razón de ser de una organización revolucionaria. Y, cuando las direcciones se alzan sobre las bases, cuando las diferencias se traducen en delitos, desconfianza o traiciones, entonces el proyecto revolucionario habrá muerto. Y, en la situación en la que estamos, habrá muerto antes de empezar.


1. TROTSKY, L. "De los Soviets y del Partido en la revolución proletaria", en PASTOR, J. (Ed) Antología. Defensa de la Revolución, 2009, Madrid, pp. 62-63.

2. Ibidem, pág. 64.

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