La derrota del
movimiento estudiantil surgido al calor de la lucha contra la implantación del E.E.E.S, bajo el lema de "
No a Bolonia", ha marcado un año de bajo tono en cuanto a las
movilizaciones en
Universidades y, por supuesto, institutos. Dicha derrota fue consecuencia de la incapacidad del movimiento para superar tanto sus propios límites, los cuáles le son
prácticamente endémicos (ciclos flujo-reflujo, la
temporalidad de la situación de estudiante como sujeto activo, etcétera), como los que le han negado en los últimos años un papel mucho más destacado y claro en la ardua pelea contra la implantación del citado
Plan Bolonia. Franquear dichos límites pasaba por tres tareas: En primer lugar, articular un discurso amplio de mínimos y máximos que le permitiesen conectar
con el estudiantado más allá de la vanguardia de éste y de los elementos más
concienzados que se veían en asambleas y
organizaciones; en segunda lugar, hilvanar una respuesta que superase los márgenes de la propia Universidad, es decir, generar una lucha que incluyese también a las enseñanzas medias; en tercer lugar, construir una estructura de encuentro, debate y toma de decisiones tanto a nivel local como regional y estatal, única manera de golpear de una única forma y en un mismo sentido.
Las minoritarias asambleas que se formaron, cuya génesis radicaba en esa vanguardia
concienzada y, por tanto, plenamente convencida, ni pudieron ni supieron romper dichas trabas,
perdiéndose en amplios debates internos en el que se enfrentaban doctrinas y grupos organizados, así como huérfanas de una coordinación estatal y de un programa de mínimos y máximos claro, reflejado en una tabla
reivinidicativa y un agenda de lucha que
emanara de la propia coordinación. Por supuesto, a los problemas de
organización y dirección del movimiento estudiantil, habría que añadir la campaña de
deslegitimación costeada desde los medios y los despachos universitarios, así como el
grandísimo vacío de conciencia y sentimiento de derrota en el seno de la Universidad española.
Todo ello nos ha conducido este año a un panorama desolador, en el que la situación de reflujo adquiere un perfil aún más agudo, que ha obligado a reflexionar sobre las tareas durante este año, las cuales pasaban, en primer lugar, por la
construcción de
organizaciones de corte sindical y permanentes, estructuras de acumulación de fuerzas que permitan amortiguar lo límites endémicos del propio movimiento estudiantil y que, por lo tanto, se alcen como espacios de confluencia, de trasvase de experiencias y de reflexión colectiva para responder en cada momento a las exigencias del guión que escribe concienzudamente la realidad. Se hayan o no materializado estos "sindicatos" estudiantiles, lo cierto es que el escaso tono de
movilización se ha basado en grupos organizados de personas tremendamente
concienzadas y, por lo tanto, maduras para pasar de ser asambleas (termino en muchos casos convertido en Fetiche de ciertos elementos de la Izquierda) ha realizar una acción política en defensa de los derechos e intereses del
estudiantado, así como en la búsqueda de las condiciones de este colectivo: es decir, para convertirse en los tan denostados sindicatos.
Sería complicado accionar aquí un diagnóstico general del Estado Español, ya que el panorama en cuanto al nivel de
organización del
estudiantado es diferentes, así como también la tradición de dichas
organizaciones y el nivel de implantación en las
Universidades e
Instituso. El debate sobre qué construir o qué no construir en base a lo que ya existe se nos escapa en este momento por no ser objetivo de estas líneas, aunque queda en el tintero para próximas entregas.
Como decimos, las
movilizaciones este año han sido mínimas, con luchas muy particulares y locales y un sentimiento
generalizado de derrota e impotencia. Sin embargo, durante los próximos cursos se implementará el E.E.E.S de la
teoría a la práctica, siendo patentes las
contradicciones que generará y que, en parte, han dado pie a
reivindicaciones locales para este curso (Artículo 27 en
Sevilla,
Máster de
Educacion, etcétera) y, por lo tanto, abriendo el camino a que los elementos más organizados de las
Universidades puedean reagruparse en torno a consignas que se sitúen entre el análisis crítico heredado de la lucha contra la L.O.U o
Bolonia, y las dispares situaciones locales que se planteen. Además, elementos como la Ley de
Financiación o el famoso Documento de
Gobernanza vuelven a situar al movimiento estudiantil ante un panorama estatal, sin que, por supuesto, deba
obviarse lo local: más bien han de situarse ambos niveles en plano de igualdad, según la propia relación dialéctica que los arrastra.
Debido a no haberse situado la superación de los citados límites en la palestra, de nuevo tendrá que comenzarse a rearmar el movimiento, con el peligro de que para cuando tenga una cierta entidad
organizativa deba rendirse ante la fuerza de los hechos, con la salvedad que desde mediados de esta década aun se mantiene una misma generación y que, por otro lado, se han creado ciertas
organizaciones que actúan como palancas entre los distintos tiempos del propio
activismo estudiantil.
Y, en otro nivel, se dibuja en escenario interesante que coincide con el momento de crisis crónica en el que nos encontramos, como una más de las "burbujas" que han estallado en la Onda larga de recesión que puede situarse alrededor de los años 70: con el aumento de la
conflictividad social y la apertura de un espacio de lucha política para la izquierda transformadora, el movimiento estudiantil puede jugar el papel de vanguardia táctica, de sujeto que permita obtener mejoras en las condiciones del
estudiantado durante períodos de pelea especialmente radicalizados, así como de elemento activo que ocupe de manera coyuntural el ámbito político y que se convierta en un eje mediante el cual se canalicen
reivindicaciones de
caracter político y social. En este escenario el movimiento tendrá una tarea fundamental a sumar a las anteriores: tejer redes que subrayen la necesidad de superar el marco de la Universidad y de las
reivindicacion meramente académicas y acudir al encuentro de las agitaciones obreras y los movimientos sociales, como forma de evitar un aislamiento probable y asegurar la conquista de reformas de manera rápida y en un contexto de
radicalización pronunciada, sin por ello intentar sustituir el papel de la clase trabajadora como sujeto de cambio: más bien es la unidad de sujeto a sujeto ante el estudiante-futuro trabajo precario (debido a las reformas
neoliberales que suponen una revisión de los saberes tradicionales y una alienación del tiempo social del estudiante) y el trabajador ya precario.
En resumen, en los próximos años el movimiento estudiantil ha de
rearmarse para no desarmarse nunca más. Por un lado construir estructuras de acumulación de fuerzas que amortiguen el carácter cíclico y discontinuo de las protestas estudiantiles, así como la naturaleza transitoria del estudiante y que, por supuesto, respeten la
autoorganización del movimiento mediante espacios
asamblearios; Por otro,
autoorganizarse en torno a
reivindicaciones concretas, las cuales dimanen de la propia Universidad pero la franqueen como espacio cerrado, bajo la tutela de una tabla que refleje dicha
reivindicaciones y canalizado a través de una coordinación tácita que lo convierta en una
sóla voz: homogéneo en la pelea, heterogéneo en el debate; uno en el golpeo, múltiple cuando golpea.