miércoles, 16 de junio de 2010

"Individuas de Dudosa Moral. La Represión de las mujeres en Andalucía (1936-1958)"

Tras la lectura de esta obra de obligada referencia para tod@s aquell@s interesados tanto en la Historia de la Guerra Civil y el primer franquismo como en las avatares políticos de la enmacipación de la mujer, me pareció interesante hacer unas reflexiones sobre ella, amen que intentar realizar una reseña sobre ésta.

El 1 de abril de 1939 terminaba la Guerra Civil Española, aunque no con ello la represión y la imposición por parte de los vencedores. Persecuciones, detenciones, vejaciones, marginación social y represión económica eran herramientas que permitían a los vencedores la imposición de todo un sistema social que negaba la conflictividad social y establecía un régimen de coacción donde se reproducía un discurso moral auspiciado por la Iglesia que además mantenía incuestionable una sociedad desigual y llena de privilegios conservados en el tiempo.

La represión se hizo virulenta sobre los vencidos, habiendo o no tomado parte activa en la defensa de la II República, desarrollando el Régimen Franquista tanto durante la contienda civil como en la posguerra la idea de destrucción física del enemigo, así como la deconstrucción del discurso ciertamente progresista que se había desarrollado al amparo de la República, incluidos los elaborados por elementos políticos contrarios a ésta. Y dicha procesos de destrucción y reconstrucción se hizo extensivo a todos los sujetos sociales.

No obstante, muchos de esos sujetos sociales han sido a menudo olvidados o maltratados por la Historiografía en general, sin olvidar excepciones importantes. Una producción historiográfica que a menudo ha tratado de forma simplista y superficial la Guerra Civil Española incluso en mucho de lo que se ha escrito contra el Régimen Franquista, y que, afortunadamente, viene siendo contestada por grandes trabajos de investigación que ahondan en la problemática de la contienda de forma seria y atendiendo a toda clase de fuentes.

La obra de Pura Sánchez, Individuas de dudosa moral. La represión de las mujeres en Andalucía (1936-1958), es uno de los ejemplos de acercamiento a la Guerra Civil desde diferentes perspectivas con hipótesis de trabajo claras y una labor de reflexión y confrontación de los datos obtenidos.

La autora penetra en uno de los aspectos olvidados en el tratamiento tanto de la Guerra como de la Posguerra, es decir, el papel de la mujer vencida y la represión llevada a cabo contra ésta. La obra, de gran calidad y rigor histórico, va tejiendo, desde los primeros capítulos, toda una imagen que punto a punto nos dibuja dicha represión a todos los niveles.



Podríamos dividir la obra en tres partes: la primera, que abarcaría los capítulos 1 y 2, en la que P. Sánchez plantea tanto el armazón teórico desde el que parte, mostrándolo en forma de reflexión sobre dos conceptos, el de memoria histórica y el de feminismo, aplicado a la historia, como las fuentes en las que basa su trabajo, que se centran sobretodo en los archivos del Tribunal Militar Territorial 2 de Sevilla; una segunda parte iría desde el Capítulo 3 hasta el número 5, en el que se presenta el perfil de las mujeres represaliadas, el qué y el por qué de dicha represión, y las herramientas desplegadas por el Estado franquista para llevar a cabo dicha labor; Por último tendríamos una tercera parte circunscrita al capítulo 6, donde hace un recorrido por las estrategias de resistencia a las que dichas mujeres acuden para hacer frente a la violencia de todo tipo a la que son expuestas como vencidas y como mujeres.

Las mujeres fueron un amplio objetivo de represión, a pesar de que las cifras arrojen datos cauntitativamente menores en los archivos que en los juicios llevados a cabo contra los hombres. Y dicha represión, para la autora, tuvo dos períodos bien diferenciados: una etapa que abarcaría desde 1939 hasta 1949, y otra que iría desde 1949 hasta 1958.

La primera de estas se caracterizó por que la represión hacia la mujer partía desde una visión patriarcal de la sociedad. Es decir, la violencia desplegada conllevaba definir a las mujeres vencidas como no-mujeres, un perfil que era contrario al ideal de la mujer que irradiaba desde las clases altas y desde el discurso eclesiástico. De esta forma, mientras que los hombres eran castigados por una traición, la mujer era reprimida por transgresdir sus límites como sexo inferior en la sociedad ideal de los vencedores.

La segunda etapa, aunque mantenía reminiscencias de lo dicho anteriormente, se planteaba como una persecución que mantuviese el Régimen estable y que no cuestionase el orden establecido. Además de esto, observamos que cada ambos estadios responden a fechas muy diferentes en todos los sentidos, lo cual puede ayudarnos a entender bien todos las transformaciones que se producen en materia represiva.

El perfil de la mujer represaliada es de mujeres sin instrucción, casadas o viudas, de entre 20 y 40 años. Y dichos datos solían coincidir con mujeres de la clase obrera, a menudo con parientes que habían sido juzgados o perseguidos, casi siempre relacionadas con entornos de miseria. Además, el sector laboral que se les atribuía en los archivos era el de sus labores, concepto amplio y definitorio de la mujer. En la segunda etapa las características de estas mujeres serán dispares, teniendo a menudo instrucción y una profesión concreta, y dándose un cambio en el lenguaje hacia la utilización de términos jurídicos en apariencia más neutrales, tales como encausadas, acusadas o encartadas.

A estas mujeres primero se las juzgó bajo la causa de delito “rebelión” o “ayuda a la rebelión” en el primer periodo, encontrándonos en el segundo con casos de “injurias y ofensas verbales contra la Guardia Civil”. La geografía estaba clara, primero en las zonas que iban siendo “liberadas”; después sin una adscripción determinada.

Por tanto mujeres cuyo perfil era definido de forma muy concreta. Pero, ¿por qué eran juzgadas?

Según P. Sánchez, y estamos totalmente de acuerdo, las causas contra las mujeres eran diferentes a las que se llevaban a cabo con los hombres. Las mujeres eran castigadas por transgredir su propio papel de mujer a imagen del pensamiento burgués.

En primer lugar la transgresión era política y social, es decir, las sujetas o individuas daban el salto desde los privado hasta lo público, se comportaban como “hombres”, traspasaban los propios límites que el entorno doméstico y el discurso patriarcal imponían. La mujer roja era la no mujer10, y dicha transgresión debía ser reprimida11.

De otra forma, observamos una transgresión moral, pues la mujer rompía con el discurso moral burgués y cristiano, reproducido y monopolizado por la Iglesia: la mujer debía ser silenciosa, una mujer de su casa, creyente y ferviente católica, que guardara los cultos y las formas, huyendo de los vicios y el “sexo desmedido” que la corrupta y corrompida II República había intentado imponer a las personas de orden.

Contra esto, las mujeres roja, vencidas, eran mujeres de dudosa moral, sujetas o individuas, cuya utilización intentaba deshumanizar a las encausadas, desprovistas de cualquier atributo moral o ético, “rabiosas marxistas y de instintos salvajes”. Se daba, por tanto, una contraposición entre las señoras y señoritas frente a estas sujetas o individuas.

Y esta forma de proceder fue mutando hasta los años 50, donde se observa, grandes cambios: no sólo en el perfil de las juzgadas, sino también en lo considerado causa de delito, pues se acuden a actitudes económicas (estraperlo, pastoreo en zonas prohibidas, etcétera), las cuales se relacionan con ámbitos de pobreza y marginación social. En estos casos a menudo se dan encontronazos entre las mujeres y las autoridades, siempre la Guardia Civil, lo que pone en marcha todo el proceso judicial. Pero, si en la primera etapa los informes que se remitían al Juez por parte de alcaldes, mandos locales de Falange y el comandante de la Guardia Civil solían coincidir, en este momento dichos escritos difieren, lo que posibilita que muchos casos sean sobreseídos por no encontrarse “pruebas suficientes”.

El Juicio, como vemos, era una de las herramientas de las que el Estado se servía. Durante gran parte del Régimen franquista la Jurisdicción Militar tuvo preponderancia sobre cualquier procedimiento civil. Estos juzgados militares eran entendidos como una forma de represión, una manera de continuar la guerra.

La manera de proceder era la misma para ambos sexos, aunque no la consideración de estos: el testimonio de un hombre era superior al de una mujer, excepto si esta era propietaria; así mismo, en los casos en que era una mujer la que acusaba a otra, se vaciaba de todo contenido político o real las vistas, entendiéndose que no eran más que “peleas vecinales” entre mujeres. Por tanto, partimos de una desigualdad tanto en los hechos constitutivos de delito como en los objetivos generales de la represión.

La denuncia de la Guardia Civil, a instancias o no de las quejas o reclamaciones de algún vecino, ponía en marcha todo el engranaje judicial: el juez instructor tomaba declaración de los denunciantes y los testigos de cargo, pues pocas veces existían testimonios de descargo. Junto a esto se acudían a los informes de conducta del Comandante de la Guardia Civil, el alcalde y el alto mando de Falange a los que antes hicimos referencia, los cuales jugaban un papel decisivo. Las vistas orales se celebraban tras ser elaborado el Auto de Procesamiento y, en un principio, el Auto Resumen.

La sentencia solía estar emitida de antemano, entendiendo los juicios como mero protocolo que dotara de una mínima legalidad a la represión llevada a cabo. Y dichas condenas comenzaban con el propio arresto, debido a las vejaciones, golpes y maltratos que se realizaban en los cuarteles de la Guardia Civil.

Además de los Juicios como elemento activo en la represión, y junto a estos, se daba toda una práctica discursiva destinada tanto a legitimar el status quo como a marginar aquellos elementos sociales contrarios, críticos o simplemente diferentes. El lenguaje utilizado de forma consciente era de por sí un castigo a los y las vencidas.

Esto se observaba en la calificación de la Guerra Civil como Glorioso Alzamiento Nacional, Guerra de Liberación, o hablar de esos tres años como los años triunfales. Así mismo el sufijo -isimo daba a Franco una importancia casi sobre humana, mientras se le relacionaba con la Santa Cruzada, con lo que la Iglesia y, por tanto, el catolicismo, tenía bando ya de antemano, introduciendo esa contradicción en los católicos que o bien no tuviesen idea definida o bien fuesen leales a la República.

Estos mismos recurso del lenguaje que consistían en unir conceptos positivos a una idea que quería legitimarse como tal se utilizaban para la represión en general, y para esta enfocada hacia las mujeres en particular, aunque en ese caso se unían conceptos negativos. Podemos observar cual era la cadena: a Sujeta o Individua, se unían adjetivos simples (delenguada), atribuciones políticas (roja) y concepciones morales (amancebada). El ejemplo quedaría así:
Sujeta + Desleneguada + Roja + Amancebada

Parece estar muy claro el encadenamiento de conceptos que emitían una imagen negativa de la no mujer que había transgredido su papel y era juzgada por ello. Y de nuevo podemos ver que en ningún momento a los hombres encausados se les cuestionaría mediante adjetivos morales o no políticos: ellos habían ejercido su papel, aunque en el bando equivocado.

A parte de una violencia verbal existía un discurso no verbal, de “metáforas” de distinta índole: castigos ejemplares, como los rapados y la obligación de ingerir aceite de ricino, para ser luego paseadas encima de burros por el pueblo acompañadas de bandas de música, mientras el aceite provocaba una incontinencia que hacía aun más humillante la escena. La violencia sexual, ejercida ampliamente tanto en tiempo de guerra como de paz. La marginación social constante, acompañada de golpes y maltratos que, en la segunda etapa antes demarcada, las mujeres se atreverán a denunciar, etcétera.

A pesar de los castigos,y como consecuencia de estos, las vencidas desarrollaron estrategias de resistencia, redes de solidaridad que se sustentaban en seres cercanos y en una cooperación de todas aquellas que corrían una suerte parecida. Dichas mujeres a menudo habían quedado viudas por la contienda y a cargo de familiar, por lo que tenían que trabajar aun más para mantenerla. Esto obligaba a un gran esfuerzo que ha menudo chocaba con el Estado y sus leyes de desarrollo económico. Dichas redes actuaron de diferentes formas: desde ayudas a las partidas de maquis que poblaban las sierras, con ese papel importantísimo de “guerrilleros del llano” que jugaban las mujeres, hasta cooperación entre mujeres en cuanto al cuidado de los niños, los alimentos o un apoyo mutuo en las cárceles de mujeres. Dichas estrategias ayudaron a mantener una resistencia y una identidad en tiempos complejos donde estas mujeres tuvieron que callar, aunque no por ello dejar de existir como tal.

En conclusión, las mujeres fueron juzgadas y reprimidas no solo por sus actitudes políticas, sino también por traspasar el papel que tenían como mujeres en la sociedad patriarcal que venía a redefinirse y a asentarse una vez más. Incluso a las encausadas se las juzgaba desde dicha óptica: su papel en la rebelión debería ser subalterno, alentando a los hombres desde su “maldad inherente” a que llevaran a cabo toda clase de tropelías. Y dicho papel subalterno era fruto de una desviación desde el papel atribuido, que debería ser corregida.

Y, aunque juzgadas, eran entendidas poco menos que como menores de edad, dadas a toda clase de desviaciones morales y “riñas vecinales”, pues la mujer no era un sujeto político, sino un sujeto moral y por lo tanto cristiano que, al comportarse de forma distinta, se había confundido, había sido confundida, lo que se unía a esa maldad inherente que hemos señalado. Temas como la prostitución eran juzgados sin atender a las raíces de dicho comportamiento social: es decir, desde una lectura moral y no material. En resumen, la sociedad patriarcal se reprodujo hasta en los juicios contra las mujeres que de una u otra forma, consciente o insconciente, activa o pasiva, habían cuestionado las bases de dicha sociedad que, “coincidía” con una estructura social desigual donde se una minoría mantenía toda una serie de privilegios a costa de una mayoría oprimida. Y en ese juego la mujer vivía a menudo una doble opresión, la económica, y la de género. Y ante esto, habría que reflexionar sobre cual era la posición de la mujer de los vencidos, esas señoritas o señoras, aunque no es este el espacio para ello.






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